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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Tom Tryon, la amenaza de un niño

Primero fue actor a las órdenes de Preminger y Cukor, pero a los 43 se dedicó a escribir excelentes cuentos de terror como El otro, que ahora se recupera y que fue tan ensalzado por Anthony Burgess.

Si ves a un niño solo, al fondo de un pasillo, pueden entrarte ganas de abrazarlo o de salir corriendo. De abrazarlo, por su fragilidad: porque lo presientas vulnerable al otro lado del corredor, siniestro o no, y más aún si estáis solos, o porque sencillamente le preguntes si está perdido o necesita algo. Un niño al fondo de un pasillo solitario no es una realidad que normalmente se pueda eludir, te mire o no de frente; pero en la otra vida, esa ficción que vamos construyendo a través de películas y libros, y últimamente también de series, la presencia de un niño al final de un pasillo puede ser el presagio o el aviso del horror que vendrá. Ejemplos del fermento en nuestro imaginario de los niños como seres terribles, o heraldos de maldad, los encontramos en películas como El exorcista, La profecía, Los chicos del maíz o El pueblo de los malditos; con esta última muestra un aire de familia Quién puede matar a un niño, del recientemente fallecido Narciso Ibáñez Serrador, basada en la novela de Juan José Plans. Pero si entramos de verdad en faena y recordamos momentos de largos pasillos y niños solitarios, ninguno como el de las niñas gemelas en El resplandor. Hablamos de Kubrick, claro; pero también de Stephen King, que en esto es el maestro de la modernidad, porque ha configurado nuestro miedo.

Si piensas en Stephen King, es el terror y las buenas ideas inagotables. Pero ningún genio termina de nacer solo -ni siquiera en mitad de un pasillo iluminado con aterradora nitidez- y parece ser que King comenzó a escribir influido o motivado por su lectura de El otro, la novela de Thomas Tryon que ahora publica Impedimenta en España por primera vez. También Thomas Tryon -un escritor soberbio, comencemos por ahí- tiene una historia digna de ser escrita. Nacido en Hartford, Connecticut, en 1926, donde fue vecino de Wallace Stevens, tuvo una carrera como actor y trabajó con George Cukor y Otto Preminger. Pero en 1969, con 43 años, abandonó la interpretación y empezó a escribir relatos de terror. ¿Y cómo fue el recibimiento literario del actor, reconvertido en novelista de misterio? El más honrado fue el de Anthony Burgess: «Igual que a la mayoría de los escritores profesionales, me molesta El otro, de Thomas Tryon, ya que Tryon debería continuar con el trabajo de ser un buen actor y no escribir buenos libros también. Ya es suficiente. El otro es una lectura altamente recomendable». Y no se quedaba corto.

Estamos en el verano de 1935. Niles y Holland son los hijos gemelos de Vining Perry, que acaba de morir de un trágico accidente. Niles es un encanto, generoso y empático, muy cariñoso, y Holland, por seguir el mapa referencial de arriba, digamos que tiene un punto muy desarrollado. Sin embargo, Niles adora a Damien -perdón, a Holland- y los dos hermanos están unidos por un juego telepático que les ha enseñado su abuela y que consiste en una rara y mágica capacidad para salir de sí mismos y contemplar cualquier otro elemento de la realidad desde su esencia, en una especie de proyección astral que es sólo el comienzo de sus capacidades. A partir de ahí, se suceden los extraños accidentes, siempre con los dos gemelos como inquietantes figuras al fondo. Hasta aquí, parece que conocemos ya la historia, que ya la hemos visto o leído. ¿O no? Pues no.

Porque esta extraordinaria novela de gótico sureño se quedaría corta en sus órbitas referenciales si no incluimos en su sistema solar Otra vuelta de tuerca, de Henry James, o incluso Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, en la lograda ambientación de espacios y de conversaciones, de paso de estaciones, con su almacén de tiempo desde el pasado, los ojos de los viejos que ya lo han visto todo -o eso creen ellos- y la mirada renovadora de los niños, que aquí es fulgor y muerte, salvación y condena. ¿Es tan bueno Niles como parece, es Holland tenebroso? ¿Qué tienen en común estos dos niños, estos Caín y Abel americanos que respiran a Faulkner por los cuatro costados de sus cuerpos menudos?

El otro nos abisma en la dependencia de los afectos y en la fragilidad de vivir, en todo ese equipaje pesado del amor. Es emocionante el tratamiento de la enfermedad psicológica de la madre, recluida en la parte de arriba de la casa a pesar de su juventud, donde debe enfrentarse a sus propios fantasmas diluidos o ciertos. El otro es una novela con espejos de carne y de tejidos, donde los rostros se buscan y se justifican en su igual, pero también se enfrentan en la imaginación que no es el paraíso de los niños, sino un infierno próximo. La abuela es un personaje hondo porque guarda su propia dualidad entre la ternura y el temor que no quiere aceptar la realidad. Thomas Tryon es un mago en la descripción de situaciones con su nervio de acecho, desde una exactitud que rehúye el morbo, pero que nos angustia con pericia serena, porque todos los personajes de El otro son observadores de estos niños gemelos turbadores y también los lectores presentimos un magma de cariño y temblor cuando aparecen.

JOAQUÍN PÉREZ AZAÚSTRE