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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La mujer que escribió «Frankenstein»

Tenía solo 18 años. Y aun así, jovencisima, Mary no era como todas. Su herencia rápidamente convirtió su vida en algo así como una novela gótica. Y es que la autora de la primera novela de ciencia ficción —como hoy se habla de Frankenstein o el moderno Prometeo—, tuvo una vida intensa, cargada de emociones y muertes, de literatura y aventuras.

Mary, que escribió Frankenstein (Impedimenta, 2018) es un relato que busca acercarnos a la agitada infancia y adolescencia de Mary Godwin Wollstonecraft —de casada Mary Shelley—, y con ello a la génesis de su obra, dando luces sobre su agitada infancia y adolescencia.

Mary es una niña con una herencia poderosa e inusual y creció en una casa donde era habitual recibir intelectuales y escritores. Su madre y su padre dejaron una enorme marca en ella, orbitando su vida, definiendo intereses, impulsos y elecciones. Mary Wollstonecraft, su madre —quien muere a los pocos días de su nacimiento—, es escritora de uno de los textos más importantes del feminismo, La vindicación de los derechos de la mujer (1792). William Godwin, su padre, fue un escritor, político y uno de los precursores del anarquismo.

Linda Bailey hace este recorrido en pocas páginas, con las notables ilustraciones de Júlia Sarda, dando cuenta de esta infancia repleta de coordenadas tremendas. La presencia omnipotente de la madre fallecida, el padre ausente y esquivo, la naturaleza inquieta de una niña con demasiada imaginación y cómo algunos elementos de su historia confabulan para levantar su futura obra y su propia vida. Y momentos claves de su formación, como tener la oportunidad, escondida tras un sillón, de escuchar del propio Samuel Taylor Coleridge la soberbia fantasmagoría que envuelve a la Balada del viejo marinero (1798).

Otros instantes son apenas mencionados, pero aparecen en las ilustraciones de la artista catalana. Mary lee, estudia, devora libros y poco a poco se va transformando en un problema para su padre y su nueva familia, situación que se agrava al huir con uno de los poetas más famosos de su tiempo, en ese entonces ya casado: Percy Shelley. Su media hermana, Claire, se suma en esta huida para encontrarse luego con otra leyenda viviente, el poeta Lord Byron. Todo eso se atisba en el trabajo de Júlia Sardá. Vemos el serio semblante de una Mary que, con solo 18 años, parece una mujer ya madura, que ha perdido tres de sus hijos y que ha sido abandonada emocionalmente por su padre. Bailey, en tanto, bien sabe usar las palabras precisas para dejar esos recovecos donde se cuela algo más de la historia. Como los vientos agitados de la Europa de esos tiempos, que había visto la Revolución francesa erigirse para terminar guillotinando a sus antiguos líderes; o la propia Inglaterra que se acercaba a la industrialización, mientras la ciencia daba extraordinarios avances.

Es en casa de Byron, en Suiza, donde ocurre la famosa escena del germen que se convertirá en Frankenstein. Mary, Claire, Byron, Shelley y el médico Polidori se deleitan una noche de tormenta leyendo cuentos de fantasmas. Mientras todos palidecen ante las historias y el viento huracanado arrecia fuera de la enorme mansión, nace la legendaria apuesta sobre quién escribiría la historia más terrorífica. Pese a que el estilo gótico ya se encontraba en retirada, el espíritu estaba presente esa noche y su sombra agitó las plumas sobre el papel. Tiempo después, solo Polidori y Mary persistirán en sus manuscritos.

Es así como Mary, tras nueve meses, como si de otro hijo se tratara, termina Frankenstein o el moderno Prometeo para instalarse —¬¬sin escenarios exóticos o sobrenaturales—, como la primera novela de ciencia ficción. El libro había sido publicado por primera vez anónimamente en 1818, con las correcciones de Shelley que le otorgaban guiños bíblicos no presentes en el original y que, a pesar de todo, sigue siendo la versión más difundida. La segunda edición, publicada en 1823, es más fiel al espíritu de Mary y la primera que lleva su nombre, pese a que durante mucho tiempo se le atribuyó a Percy.

El relato bebió de legado de la oscuridad del gótico y del romanticismo, como también de otras teorías en auge de la época. Por ejemplo, del galvanismo y los estudios del excéntrico científico Giovanni Aldini, que hablaban de darle vida a la materia muerta; o del miedo que algunos sentían en la época del robo de cadáveres, producto de la necesidad de los médicos locales de experimentar y aprender.

En la novela de Mary Shelley se contrapone justamente esa realidad, entre ciencia y naturaleza. La primera, como elemento masculino racional, versus la segunda, como una característica femenina irracional, y que son claves para entender esta obra que aun en la actualidad tiene una lectura de género muy potente. O entre la libertad y la responsabilidad. Si lo pensamos, Frankenstein es un padre que abandona a su hijo, a quien ni siquiera le da nombre. Así como Dios, lo ha creado a su semejanza, pero es incapaz de amarlo por ser monstruoso. De alguna forma, lo que sucede en la historia, habla de lo que sucedía entre Mary y Percy; conviviendo entre los fantasmas de los hijos muertos, los aprietos económicos, y con un Shelley que muchas veces la dejaba sola, atrapado en sus teorías de una depresión suicida.

Mary, que escribió Frankenstein nos llega como un verdadero portal hacia nuevas lecturas. No solo de esta novela, sino hacia sus numerosas influencias que van desde la obra de sus padres o de poetas como Coleridge y otros románticos, al trabajo de Byron y Shelley. Finalmente, imposible no mencionar El vampiro (1819) de John William Polidori —que inspirará el famoso Drácula (1897), de Bram Stocker—, y a la referencia más importante de todas: el mito clásico atribuido a Esquilo, Prometeo encadenado, donde en lugar de dioses castigadores, tenemos un creador que mortifica con el abandono y el desapego a su propia creación.

Astrid Donoso S.