La superstición ecológica es una suerte de estandarte alzado por aquellos que se sienten perpetuamente amenazados (y que, sin embargo, han sobrevivido hasta ahora). Un símbolo alivia heridas, justifica agresiones. Esta novela reincide en la optimista idea de que seremos capaces de resolver los problemas que nosotros mismos hemos creado: «¿No cree usted que eso del nacimiento es cosa del azar, incluso si en un principio intentamos convencernos de lo contrario, y que nos sentimos agradecidos por el cariño que recibimos únicamente porque somos débiles y estamos desorientados?». No otra parece ser la intención de su autor, Patrick White (Londres, 1912-Sídney, 1990): aprender de la experiencia, reflexionar hasta alzarse en maestro inspirador de revelaciones y autodescubrimientos.
Sus esfuerzos suponen un peregrinaje del espíritu en su esfuerzo por comprender. Si bien su Australia es una creación profusa, las elecciones que el australiano impone son, de hecho, la materia de su relato: «El viajero, inspirado, les explicó que aquellos papeles contenían los pensamientos de los que los blancos deseaban deshacerse: los pensamientos tristes, los malos, los pensamientos que pesaban demasiado o les hacía daño. Todos salían a través del palo de escribir del hombre blanco, pasaban al papel y luego se enviaban
lejos». La confusión del protagonista se vislumbra entre grietas: al igual que en la novela Las palmeras salvajes (1939) de William Faulkner, prefiere la pena a la nada. Apreciamos la ironía en su postura frente al sufrimiento, cuando repara en que renunciaría a todo, incluido el amor, para aliviar su dolor.
Surgen las disquisiciones sobre los temas arquetípicos de la modernidad, atravesadas de oblicua locura. En Voss (1957; Impedimenta, 2019. Traducción deRaquel Vicedo) el explorador homónimo, poco atractivo, pero con bíblicos puntos de referencia, tras haber reunido a su grupo de acólitos, se dirige al interior de una interminable adversidad, antes de desparecer en unas antípodas míticas. A través del agujero que deja su ausencia, el desfile de hijas rebeldes, pueblos indígenas y biólogos aventureros. Plenas de intelectual curiosidad y selectivo humor, las ideas de libre albedrío, los patrones de luz y sombra: todo se desmorona mientras Johann Ulrich Voss lo observa. Su mirada es forense, sus emociones abrasivas.
La antropológica búsqueda procede sin urgencia, en una serie de raudos capítulos, cada uno con su respectiva peripecia: «El sonido de su respiración que, a aquella hora de la noche era débil y terrible, lo acompañó mientras proseguía su búsqueda por el libro borroso. Hasta los que dormían (…) se habían vuelto de piedra, y un polvo de sueño ligero, de un marrón claro, se había depositado sobre sus rígidas formas». Al igual que la también Premio Nobel Doris Lessing, el relator de Los calcinados (1964) abunda en el místico prejuicio de que la literatura hace girar al mundo, mientras cede a un sentimiento de aborigen curiosidad.
En esta era en la que ciencia y tecnología nos someten a nada éticas elecciones, vuelve el Dios natural para liberarnos de la tiranía del azar o su condicionamiento. Incurre el autor de El foco de la tempestad (1973) en los grandes temas de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo: el amor, el conocimiento y, en su caso, la falacia panteísta. La escritura y la vida se reflejan entre sí con la esperanza de que sus imágenes parciales se fusionen en una verdad compleja. El Premio Nobel de 1973 se afana en aprender del trauma, en conciliar opuestos, en denunciar exterminios. La respuesta conduce, ineludiblemente, a una deidad solipsista: «Si su fe hubiera sido lo bastante fuerte, habría sabido qué hacer, pero, como estaba asustado y no podía pensar en nada salvo (…) que amaba a todos los hombres, les enseñó a los nativos las palmas de las manos. Estas, huelga decirlo, estaban vacías, excepto por el destino que estaba escrito en ellas». No se complace el autor de origen inglés en una visión eurocéntrica, sino atípicamente universal. A favor de la búsqueda de paz, libertad o felicidad, una topografía especulativa.
José de María Romero Barea