En septiembre de 2016, cuando las protestas contra el Gobierno de Donald Trump empiezan a recordar los estallidos de rebeldía de la década de 1960, un periodista recibe el encargo de preparar una serie de documentales que acerquen a la realidad actual esa ola de idealismo y de ciudadanía comprometida. Como parte del proyecto, el periodista elige a varios personajes del momento, entre los que destaca el activista Lenny Snyder; y, para acercarse a él, muerto en 1991, solicita una entrevista con su único hijo, Fred (diminutivo de Freedom). De sus conversaciones surge el relato de Revolucionarios (Impedimenta), una novela en la que Joshua Furst (Colorado, 1971) retrata la contracultura americana de finales de los 60 y principios de los 70.
En varias sesiones de conversación, Fred recupera la memoria de su padre, desde la perspectiva de sus recuerdos de infancia. Una niñez transcurrida entre protestas no violentas y campañas de resistencia armada, entre enfrentamientos contra la policía y acaloradas discusiones domésticas, y también en fiestas psicodélicas donde las drogas eran moneda habitual.
«Si algo he aprendido de ser el hijo de Lenny Snyder es a salir del paso hasta el día siguiente, embaucando a la gente con gilipolleces», arranca Fred su relato. Y a partir de ahí empieza a desgranar la historia de cómo su padre se convirtió en un icono y un predicador del amor libre, y cómo esa utopía demostró ser incompatible con la felicidad doméstica.
«Sé que le fallé. Pero él también me falló a mí», lamentará el hijo, veintiocho años después de la muerte del padre, en un relato que es a la vez una intensa historia de amor y odio entre padre e hijo y una mirada a las revueltas sociales, la brutalidad policial, las marchas pacifistas y la era hippie; y, también, una reflexión sobre la razón de ser de la propia vida. «A la edad que tengo ahora», reflexiona Fred, «Lenny ya había cambiado el mundo. O al menos eso es lo que él habría proclamado. ¿Y yo? Yo no soy más que un fulano que ha hecho un par de trabajos de carpintero. Que ha reformado un par de baños. Que ha sobrevivido escapando a todas las miradas».
Acontecimientos como la nominación de un cerdo para presidente, o una ‘protesta psíquica’ para levantar los cimientos del Pentágono aparecen así a través de los ojos de un niño. «Yo no tenía ni idea de lo que estaba en juego», dirá Fred mirando en retrospectiva los hechos, que para él transcurrían entre dibujos animados en la televisión y las fiestas nocturnas a las que en ocasiones lo llevaban sus padres.
Inspirado por la figura de Abbie Hoffman, el mismo que en Woodstock interrumpió la actuación de The Who para hacer un alegato a favor de uno de los opositores a la guerra de Vietnam y enfureció con ello a Pete Townshend, Snyder va apareciendo, así, como un líder de personalidad magnética, capaz de hipnotizar a las masas con sus eslóganes y de liderar la revolución.
También como uno de los pocos líderes de los movimientos sociales de los 60 y 70 que, como Hoffman, se mantuvo fiel a sus principios hasta el final. «Provocación, inspiración», lo describe Furst en las páginas de agradecimiento. «Ahora, más que nunca, necesitamos tu espíritu en el mundo», concluye.
Beatriz Rucabado