Como todas las primeras historias de Henry James, tiene un estilo marcadamente romántico. Este cuento vio la luz en el año anterior al fallecimiento, en marzo de 1870, de su adorada prima Minny Temple, cuya evocación tendría una marcada influencia en los personajes femeninos más logrados del escritor a lo largo de su carrera.
Frente a un escenario de idealización bucólica se desarrolla la peripecia por la que una joven soltera con un apellido de alcurnia pero sin recursos propios, Gabrielle, perteneciente a la casa de Bergerac, parte de la nobleza rural decadente de la Francia anterior a la revolución, debe decidir, en el curso de un cálido verano, entre un matrimonio de conveniencia ideado por su hermano o el claustro. Sin embargo, la llegada de Coquelin, el desventurado pero instruido hijo de un humilde sastre, que servirá de preceptor para su sobrino pequeño, provoca en ella un tumulto de pasiones que hará que se cuestione el papel que le tiene asignado la sociedad y su lugar en el mundo. La resolución del destino de los amantes no tendrá lugar hasta el mismo momento de la revolución francesa, en París; así el final de la historia marca la abrupta transición entre el antiguo régimen del pays de France y el nuevo mundo.
Esta temprana nouvelle de Henry James proporciona una interesante introducción al recurso formal del “punto de vista,” un aspecto del estilo que James iba a desarrollar exquisitamente a lo largo de su carrera. La historia de aquel verano que marcaría la vida de Gabrielle de Bergerac está relatada exclusivamente desde el punto de vista del niño, encajada dentro del relato que este niño, ya anciano, hace de la historia a un amigo con el que está endeudado, presuntamente americano o anglosajón. Pues bien, el que fuera sobrino de Gabrielle de Bergerac ha de desprenderse de un retrato de su tía en pago de esta deuda, y para acompañar el intercambio ofrece este relato a su interlocutor conjuntamente con el cuadro. Este es el trasfondo de la estructura de este cuento. La historia de la pasión de Gabrielle y Coquelin nos llegará desde la perspectiva del niño, y de las inferencias e interpretaciones que el niño ya anciano puede hacer de sus vivencias aquel significativo verano tal y como aparece representado en su memoria.
Lorena Vázquez Porto