Aún más, ¿saben que todos ellos fueron contemporáneos? Más aún, ¿saben que todos fueron amigos y pertenecieron al entorno del trascendentalismo?
El trascendentalismo predicaba la bondad inherente en las personas y la naturaleza y cómo la sociedad corrompía la pureza del individuo. Convencidos del inminente advenimiento de una nueva era, algunos de estos pensadores, decidieron llevar su filosofía hasta sus últimas consecuencias y con este propósito fundaron una Colonia de los santos de los últimos días.
Entre estos seguidores, se encontraba el filósofo y pedagogo Amos Bronson Alcott, padre de la reconocida autora de Mujercitas.
Fue así como Louisa May Alcott vivió un breve período de su infancia en una experimental comuna agraria en la que la regla de oro era que el espíritu dictaba el movimiento. La única pega era que el espíritu tendía a teorizar, reflexionar y cultivar las artes pero raramente les dictaba trabajar en las arduas labores agrícolas. El «ser por encima de hacer» se traducía en que algunos de sus miembros vivían esperando una revelación que les indicara qué tarea era la idónea para ellos.
No aceptaban bienes o alimentos de origen animal, renunciaban al dinero y al comercio y se vestían con ropas de autóctono lino de color marrón.
Cierto es que acataban abnegados las consecuencias que sus principios acarreaban para sus pobres estómagos. Todos, excepto la hermana Hope, la esposa no conversa de uno de los miembros y alter ego de la madre de la autora,cuyo pragmatismo salvaba a los niños del hambre más absoluto.
Louisa May contaba 8 años cuando su padre fundó Fruitlands. Tres décadas más tarde, la aclamada escritora activista por el abolicionismo y el sufragio femenino, escribió un relato en el que rememoraba el fallido experimento retratando a los excéntricos e idealistas personajes que protagonizaron esta aventura con benevolente ironía. Decidió darle el mismo nombre con el que su padre había bautizado su ambicioso sueño.
La editorial Impedimenta ha tenido el acierto de publicar Fruitlands acompañado de una reveladora introducción de Julia García Felipe que contextualiza la errante infancia de Louisa May Alcott y sus inicios como escritora para apoyar la tambaleante economía familiar; y de dos anexos: uno con las entradas del diario de la escritora durante el tiempo que duró este mundo ideal y que nos muestra a una niña feliz, que creció en contacto con la naturaleza y con la poesía y la filosofía muy presentes. Por otro lado, dos de las cartas de su padre rebosantes de los principios que debían servir de guía a los habitantes de Fruitlands, muestran cuán fiel fue Louisa May al escribir su relato.
El acertado posfacio de Pilar Adón nos invita a reflexionar sobre la dificultad/imposibilidad que entraña que una organización creada por el hombre sea más mucho más perfecta que los miembros que la fundan y la componen. Y es que, si algo muestra Fruitlands es que el ser humano más idealista ha aspirado a lo largo de la historia a convivir en sociedades alternativas más armoniosas y que los «hippies» ya existían mucho antes de que se los llamase así .