Ingenuo, tierno, inocente, así es el diario de Adán, y así es también, aunque más imaginativo y audaz, el de Eva. Con estos diarios que publicó por separado y luego unificó en un solo ejemplar, Mark Twain, pseudónimo de Samuel Langhorne Clemens (Florida, Misuri 1835-Redding, Conneticut, 1910) vuelve a hacer uso de su agudo sentido del humor, se mete en la piel de aquellos dos habitantes solitarios del paraíso para contar, casi en forma paralela, el asombro y la sorpresa que para ellos representa no solo su encuentro sino el mundo que les rodea. Adán huye de la presencia de Eva: “Esta nueva criatura de pelo largo me está estorbando mucho”; Eva casi llora con la puesta de la luna: “La luna se soltó anoche, se deslizó y cayó desapareciendo del decorado… una gran pérdida. Pensarlo me rompe el corazón. Entre todos los adornos y decoraciones no hay nada que se le pueda comparar en belleza y acabado. Debieron sujetarla mejor. Ojalá la recuperemos”. Y van contando su día a día, su relación con los animales, la serpiente y la manzana, la expulsión del paraíso o el desconcierto que les produce la presencia de un nuevo ser, su hijo: “Lo hemos llamado Caín, lo cogió en el bosque a un par de millas de nuestro refugio”. El libro promete una lectura gozosa y divertida que termina con el emotivo epitafio escrito en la tumba de Eva. “Allí donde estuviera ella estaba el paraíso Adán”.