Así, esta novela somete al western clásico a una revisión, una revisión extensiva a la historia de los mitos fundacionales de los Estados Unidos de América, y a las dificultades y penurias de los inmigrantes para sobrevivir y hacer frente a maleantes, estafadores, sheriffs corruptos y arribistas. De manera parecida a como hizo Philipp Meyer en «El hijo», Hernán Díaz pone el acento y el protagonismo en la víctima, en el diferente y utiliza este enfoque para reprobar el comportamiento de los blancos para conseguir su propósito: enriquecerse.
Pero mientras Meyer rompía la imagen históricamente impoluta de los blancos para criticar sus actos, Díaz utiliza el western no para únicamente objetar las prácticas poco éticas sobre las que reposa el mito fundacional estadounidense, sino también, y especialmente, para tratar sobre la no pertenencia; el autor utiliza estos elementos para construir un bildungsroman que se construye a partir de la soledad y el desarraigo como elemento nuclear. Y Díaz sabe de lo que habla, pues su biografía recorre la vivencia en diferentes ciudades sin sentirse parte de ninguna de ellas, y esa sensación de extranjero, casi intruso, se traslada de manera inexorable a este libro.