«El ingenuo salvaje», así, es más una novela social impregnada del obrerismo pre-punk de la Inglaterra de mediados del siglo pasado que un relato sobre el deporte. El equipo para el que juega Machin, propiedad del mismo empresario que posee la fábrica que da trabajo a gran parte de la población imaginaria en la que se desarrolla la historia –podría ser Sheffield, Hull, Leeds…–, es todavía un trasunto de las estructuras rígidamente clasistas de la Revolución Industrial, con esa relación casi de vasallaje entre la masa obrera y un patrón que se ingiere incluso en sus relaciones sentimentales. Un retrato al fresco, en fin, de ese mundo de heroica resistencia del capitalismo frente al chantaje permanente de unos sindicatos felones y prosoviéticos con los que, felizmente, terminó la providencial política de Santa Margaret Thatcher.