Esa disociación entre la memoria y el mundo real –Ursula K. Le Guin diría “el tiempo-sueño y el tiempo-mundo”– es la base de La ciudad de cristal, de Paula Greenberg. Vemos a Charlotte Brontë. Está sola. Sus hermanos Anne, Branwell y Emily acaban de morir. Hace frío en los páramos de Yorkshire. Extiende una manta sobre el brezo y aparece un personaje elegante, vestido para una fiesta: es el comienzo de un paisaje entre real e imaginario, una manera de recrear los mundos imaginados y escritos por sus hermanos, de recordar cómo los juguetes de madera de la infancia se convirtieron en literatura. Como aquella Laura Wingfield de El zoo de cristal –la maravillosa obra de Tennesse Williams– la contemplación de la fragilidad y la pérdida hacen caminar a los protagonistas por el filo de la locura. Un gran cómic.