Lively, ganadora de un Premio Booker y con una amplia obra de literatura para niños y adultos, ofrece así un extraño ejercicio de reflexión a través de la afición y obra de escritores y pintores que también fueron jardineros. También es un repaso a través de la historia y sus modas paisajísticas, en sus momentos más tediosos, aunque sirve como guía botánica y hasta hortícola. El ensayo tiene mucho de chismografía pero con la elegancia inglesa del cotilleo a la hora del té: el lector camina a tientas por el césped de Virginia Woolf y descubre que la última entrada de su diario antes de sumergirse para siempre en el río fue “L. está arreglando los rododendros”, o se asoma sobre el puente japonés de los jardines de Giverny de Monet y comprueba que los famosos nenúfares de sus cuadros fueron cultivados por él mismo.