Escribieron algunas de las obras de ficción más famosas en lengua inglesa, como Jane Eyre, Cumbres borrascosas y La inquilina de Wildfell Hall. Pero mucho antes de que sus obras vieran la luz bajo los seudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell, las hermanas Brontë ya habían escrito un sin-número de páginas llenas de soldados y de heroínas románticas. Isabel Greenberg (1988) las recrea ahora en La Ciudad de Cristal (Impedimenta), una novela gráfica sobre la juventud de Charlotte, Emily y Anne Brontë, y los mundos imaginarios que tejieron junto a su hermano Branwell.
De la mano de Charlotte Brontë (Thornton, Yorkshire, 1816-Haworth, Yorkshire, 1855) y de su personaje Charles Wellesley, Greenberg recrea una trama que repasa la infancia y la juventud de las tres hermanas Brontë, y la entreteje con los reinos imaginarios de Angria y Gondal que construyeron a partir de unos soldaditos de plomo de su hermano Branwell. De las tramas de Angria, se han conservado numerosos escritos de Branwell y Charlotte, no así sobre Gondal, tierra de Emily y Anne, cuyos escritos se han perdido.
Aquellos relatos fueron la base de una creatividad que, lejos de la presión de los círculos del mundillo literario, pero alimentada por infinitas lecturas en los páramos de Yorkshire, terminó por construir algunas de las obras más poderosas y libres de la literatura inglesa del siglo XIX. En ellas, se atrevieron a abordar temas como los malos tratos en el seno del matrimonio, a retratar la pasión de una manera descarnada que la crítica no comprendió en su época, o a plantear diálogos de igual a igual entre una mujer pobre y un hombre rico.
Una historia entre dos funerales
“Esta historia empieza con un funeral. Debería empezar con otro”, comienza Charlotte su historia, poco después de enterrar a Anne (1820-1849). Ni siquiera el viaje a la costa en Scarborough había conseguido sanar a la pequeña de los Brontë de la tuberculosis que unos meses antes se había llevado a sus hermanos Emily (1818-1848) y Branwell (1817-1848), y que había azotado por primera vez a la familia en 1825, cobrándose las vidas de Maria y de Elizabeth cuando apenas contaban once y diez años de edad. Ambas habían contraído la enfermedad en el internado de Cowan Bridge, al que por unos meses acudieron también Charlotte y Emily y cuyas penosas condiciones de vida inspiraron el colegio Lowood de Jane Eyre.
Al funeral de la pequeña Elizabeth se traslada, por tanto, el relato de Charlotte, la última superviviente de seis hermanos a los que Maria Branwell Brontë había dejado huérfanos de madre, víctima del cáncer, en 1821. Su hermana, Elizabeth Branwell, se mudó entonces a la rectoría para cuidar de los pequeños.
Tras enterrar a sus dos hermanas mayores, el vínculo entre Charlotte, Branwell, Emily y Anne se volvió más estrecho si cabe, y juntos construyeron el reino imaginario de Angria, con la flamante Ciudad de Cris-tal, y más tarde el de Gondal, éste exclusivo de Emily y Anne.
Los cuatro hermanos encontraban refugio en el papel y la tinta, y en las historias de soldados, colonias y heroínas románticas que poblaban sus reinos.
Hasta que la realidad se interpuso. Preocupado por el porvenir de sus hijas, y por garantizarles un futuro laboral como institutrices, única profesión respetable a la que podían aspirar las hijas de un pastor pobre, Patrick Brontë envió a Charlotte al colegio Roe Head. Allí conoció a las que serían sus amigas para toda la vida, Ellen Nussey y Mary Taylor, y allí daría sus primeros pasos como profesora. Y siguiendo su estela, primero Emily, y después Anne, se convirtieron también en alumnas de Roe Head.
Lejos de Haworth, la Ciudad de Cristal empezaba a desvanecerse. Sobre todo porque, con-sentido por una familia que siempre confió ciegamente en su talento, Branwell empezó a convertirse en un quebradero de cabeza para la familia. Sus cada vez más frecuentes visitas al pub, sus planes fallidos de ingresar en la Royal Academy of Arts de Londres, sus crecientes deudas, sus devaneos con la madre de un pupilo, sus borracheras y el abuso del láudano alejaron definitivamente al joven del mundo literario de sus hermanas.
Entre tanto, las hermanas regresaron al refugio de Haworth, donde seguían escribiendo a escondidas de su hermano. Allí intentaron establecer un colegio, lo que llevó a Charlotte y Emily a viajar a Bruselas para completar su formación en idiomas, con los ingresos de su tía Elizabeth. La muerte de la mujer, en 1842, las llevó de vuelta a Haworth, aunque Charlotte regresaría a Bruselas poco después para volver definitivamente a Haworth en 1844, víctima del amor no correspondido hacia su profesor Monsieur Heger.
Los hermanos Bell
Fue entonces, a su regreso, cuando las hermanas se decidieron a publicar un libro de poemas, que firmaron con los seudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell. Publicado por Aylott y Jones, la edición fue un fracaso de ventas, pero alentó a las hermanas a seguir escribiendo. Poco después, Charlotte conseguía que Smith, Elder & Co. publicara Jane Eyre en 1847, que se convirtió en un éxito de ventas. Emily y Anne publicaron por su parte, con Thomas Cautley Newby, Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Para entonces, los misteriosos nombres de las autoras habían empezado a despertar los rumores, y no eran pocos los que sospechaban que un único autor se escondía tras aquellos tres nombres. El propio Newby, intentando aprovechar esta rumorología, trató de hacer pasar la segunda novela de Anne, La inquilina de Wildfell Hall, por una nueva obra del exitoso autor de Jane Eyre, lo que forzó a ambas hermanas a desplazarse a Londres en 1848 para revelar su verdadera identidad ante el editor George Smith.
La alegría por el repentino éxito de Charlotte, sin embargo, duró poco. Entre el 24 de septiembre de 1848 y el 28 de mayo de 1849, fallecían sus tres hermanos, víctimas de la tuberculosis.
La propia Charlotte les sobreviviría apenas seis años, tiempo suficiente para publicar dos novelas más y para reeditar las obras de sus hermanas. Ella misma falleció el 31 de marzo de 1855, por complicaciones derivadas de un embarazo, a la edad de 38 años. Apenas un año antes, había contraído matrimonio con el coadjutor de su padre, el reverendo Arthur Bell Nicholls, ante la oposición de un padre que consideraba que su ayudante quería aprovecharse de la fama de su hija. El propio Patrick viviría seis años más, al cuidado de su yerno, y falleció el 7 de junio de 1861 a la edad de 84 años, el último de los Brontë.