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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Daniel Defoe sobre la epidemia de 1665: «Vi cómo las personas se desplomaban muertas en la calle»

Las tiendas se cerraron y el gobierno confinó a todos en sus casas. El escritor describía en «Diario del año de la peste» el brote de peste que asoló Londres y las medidas que se tomaron. Clarividente.

Panfletista, espía, periodista, escritor, reo ocasional, suplantador de sí mismo. Toda una vida de época. Para unos es el padre de la novela moderna, para otros, el fundador de la Prensa económica, aunque, para la mayoría, solo es el autor de «Robinson Crusoe». Pero, por encima de esas consideraciones, Daniel Defoe fue un tipo tallado por las circunstancias que supo abrirse paso aprovechando las oportunidades. Bautizado en la pila bautismal como Foe, el escritor añadió un «de» a su apellido para arrogarse unas raíces nobiliarias de las que carecía (su padre era carnicero y comerció con grasa para velas). En 1720, como había sucedido trescientos años antes, la peste arribaba al puerto de Marsella. La infección bubónica desafiaba a la razón y a la medicina del Siglo de las Luces Y él vio la coyuntura adecuada para publicar «Diario del año de la peste», un compendio de los testimonios del brote 1665 que él conoció cuando apenas contaba con cinco años de edad y que ahora reedita Impedimenta con un prólogo de José C. Vales. La posibilidad le brindaba una ocasión de extender recomendaciones entre la población, y, de paso, ganar un pellizco de dinero. La obra recoge lo que sucedió durante aquellos días, amenizado por anécdotas que hacen preludiar la Prensa amarillista, y una serie de situaciones semejantes que nos recuerdan a esta Europa del coronavirus. Existen confinamientos, «Fake News», remedios falsos, contagios a través de ciudades, cierres de caminos y vías públicas, y avisos y recomendaciones para que no se formen multitudes. «Era una época muy mala para estar enfermo –dice–, ya que si uno se quejaba, inmediatamente decían que tenía la peste; y si bien yo no tenía ninguno de los síntomas de ese mal, aunque estaba muy enfermo tanto de la cabeza como del estómago, tenía una cierta aprensión de estar efectivamente contagiado».