Podríamos hacer la nómina de lo que ya no hacemos, al modo en que la plantearon Joe Brainard en Me acuerdo (1970; Sexto Piso) o Georges Perec en otro libro fascinante con igual título (1974; Impedimenta). Incluso, en esa época que aún permanece en el recuerdo de los impenitentes nostálgicos, como el polvo de oro en las alas de Campanilla, las librerías permanecían abiertas de diez a ocho, y en no pocos lugares eran al menos lugares de encuentro para curiosos, letraheridos y solitarios en busca de consuelo negro sobre blanco.