No sin motivo, comienza esta novela con la palabra Wittgenstein, como dirigiendo nuestra atención, desde el principio, hacia el ámbito de la filosofía. Notamos la presencia inquietante de las últimas preguntas (Dios, el amor y la muerte, la felicidad, la verdad y la falsedad, el bien y el mal) en tomo al lecho de muerte de Guy, centro de un nutrido grupo de familiares y amigos.
Tanto Guy como su esposa Gertrude, que se confiesan ateos, acogen con especial cariño a Anne, íntima amiga de Gertrude en la Universidad de Cambridge, un personaje profundo y valiente, la antítesis y el complemento de otros personajes que protagonizan la novela. Es la estudiante intelectualmente brillante, guapísima, que atrae a muchos admiradores tras ella, pero que un día se convierte al catolicismo y se va a un monasterio de clausura, donde permanece quince años, hasta que cree que ha perdido la fe en Dios, aunque está convencida de que el ansia de Dios, una vez arraigada, es quizás incurable. La novela termina con el relato de una especie de experiencia meta física de esta monja que, después de salir del monasterio, se dispone a iniciar un nuevo camino en su vida: Parecía que los cielos se ensanchaban, gloriosos, totalmente desplegados ante la cara de Dios, inabarcables, ilimitados, eternamente hermosos, el universo en todo su esplendor proclamando la presencia y la bondad de su Creadora.
Murdoch ahonda de forma brillante en las aspiraciones y los miedos que experimenta toda persona humana ante las situaciones límite.