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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cărtărescu: «La soledad es el motor de toda mi obra»

El escritor rumano, que dentro de quince días edita en castellano y catalán el primer volumen de su trilogía «Cegador», recogerá en octubre el Premio Formentor

Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) nos cita en la librería Nollegiu de Barcelona para hablar de sus inicios en la literatura​, de poemas rescatados veinte años después, de casualidades, de la resonancia imparable de su nombre. Desde hace años resuena en la órbita del Premio Nobel y, aunque no aboga por los galardones sino por escribir “una buena página”, el autor bucarestino es, en la actualidad, el escritor rumano con mayor proyección internacional. Lo ha logrado gracias a obras como Lulu, Levante, Nostalgia o Solenoide [todas ellas publicadas en castellano por Impedimenta], que el año pasado fue unánimemente ensalzada por la crítica.

Estuvo en Barcelona con motivo de la celebración de la XXI edición de Barcelona Poesia y de la jornada internacional El prodigio de las letras, organizada de forma conjunta por la Universitat Autònoma de Barcelona, el Lectorado de Rumano de la UAB y la Institució de les Lletres Catalanes. Después participó, con gran expectación por parte del público, en la Feria del Libro de Madrid –cuyo país invitado este año ha sido, precisamente, Rumanía– y el próximo 5 de octubre recogerá en Mallorca el prestigioso Premio Formentor de las Letras 2018 por su “excepcional conocimiento de la biblioteca universal”.

Antes, a mediados de septiembre, verán la luz las ediciones castellana y catalana del primer volumen de su trilogía Cegador, que se suma a la presentación, el pasado mes de mayo, de Res, conjunto poético​ escrito entre 1988 y 1992 que, veinte años después, recuperó de las entrañas de una caja de cartón. Res [Nada, en castellano] fue publicado en Rumanía en 2010, se convirtió en libro de culto y ha sido traducido al catalán por la editorial Lleonard Muntaner –que ya editó Per què ens estimem les dones (Por qué nos gustan las mujeres)– de la mano de Xavier Montoliu, quien hace las veces de intérprete durante nuestra “placentera” –en palabras del poeta-novelista– y cercana conversación con Cărtărescu.

–En numerosas ocasiones ha definido su adolescencia como la de un joven triste y solitario, ¿qué queda de todo ello?

–Es el motor de toda mi obra, de ahí he sacado todos los temas y toda la motivación para escribir. A veces pienso que el principal argumento de mi escritura es la soledad. Durante toda mi vida ha sido mi sentimiento principal. Todo viene de la adolescencia, cuando estuve a punto de morir de soledad. Recuerdo que pasaba semanas sin hablar con nadie, pero en cambio leía ocho horas al día.

–¿Y cómo salió de aquello?

–Por una circunstancia a la vez feliz e infeliz: a los dieciocho años hice el servicio militar. Duró un año y este choque físico y moral me sacó de la depresión en la que me hallaba. Pensaba que si sobrevivía al servicio militar podría vivir cien años.

–Leyendo Res se percibe cierta ausencia de sentido hacia la vida y que, ante las dificultades, uno puede volver a sentir que está llena de múltiples posibilidades… ¿De qué forma puede uno volver a levantarse?

Res [Nimic en el idioma original] es un libro especial para mí, muy diferente del resto de mi poesía. Es el séptimo volumen de versos que he escrito, pero no lo hice con la intención de publicarlo sino más bien como un diario interior. Intenté conseguir la máxima sinceridad. Como he comentado, no lo publiqué de inmediato, lo puse en una caja de zapatos junto a otros manuscritos y se quedó allí una veintena de años. Lo descubrí casualmente y lo leí como si fuese la poesía de otro. La sorpresa es, por un lado, que me parecen interesantes y suenan como si se tratase de poesía de hoy en día. De esta forma me atreví a publicar el volumen entero, en una tirada pequeña para algunos amigos, y aquí vino la segunda sorpresa: el libro se vendió rápidamente y se convirtió en un libro de culto. Después se vendieron 4.000 ejemplares, que en Rumanía es prácticamente increíble.

–¿De qué forma le puede sorprender a uno mismo reencontrarse con su obra después de tanto tiempo?

–Fue muy extraño. Borges tiene un cuento en el que se encuentra con él mismo cuando tenía veinte años. Es lo que sentí yo. Pensé: “Este joven promete” [risas].

–¿En qué se diferencia el Cărtărescu poeta del Cărtărescu prosista?

–No percibo ninguna. He escrito libros para niños, de ensayo, de literatura, artículos políticos, de viajes… Dentro de toda esta obra soy yo siempre, y en esencia me defino siempre como poeta. En todo lo que he escrito creo que se percibe una nota poética.

–Pertenece a una generación nacida en un periodo de cierta apertura, pero es obvio que tras la caída de Ceaucescu los aires de libertad serían mucho mayores. Precisamente sus poemas se enmarcan en la época en que murió el dictador comunista. ¿Percibió realmente esa nueva libertad?

–La dictadura de Rumanía se asemeja de alguna forma a la de Franco, pero con unas condiciones de pobreza mucho mayores. Mi generación fue libre pese a las condiciones tiránicas de la dictadura. Lo que hicimos fue intentar conservar la libertad interior. Para nosotros escribir un verso bueno era más importante que cualquier otra cosa porque era la prueba definitiva de esa libertad. Este fue el sentido de la literatura en la generación de mis compañeros y la mía: conservar la dignidad humana en las mejores condiciones históricas y conservar la libertad interior, sin la cual nada existe. No éramos autores oficiales, vivíamos en el underground, leíamos los poemas de los unos y los otros y éramos muy felices a pesar de que no podíamos publicar.

–¿Ve algún tipo de paralelismo en cómo la literatura española y la rumana han evolucionado tras la muerte de Franco y Ceaucescu?

–Es difícil hablar de la literatura española contemporánea porque no la conozco tan bien, pero puedo decir que en Rumanía hubo un momento de derrota en la novela. En los años noventa se escribieron muy pocas novelas porque no había tantas editoriales con las que publicar y la gente lo que intentaba era sobrevivir a las nuevas condiciones tras la caída del sistema. Muy pocas personas compraban literatura en aquel momento. Las cosas han cambiado desde hace quince años, cuando comenzaron a aparecer grandes editoriales y el público ha podido dedicarse a comprar libros. Hoy en día hay una efervescencia literaria, hay muchos autores que escriben en muchas direcciones y un público generoso que compra libros y que se alegra mucho de todo lo que aparece nuevo y bueno.

–Su compatriota Norman Manea, en su libro Payasos. El dictador y el artista (Tusquets, 2006) ponía de manifiesto cómo una de sus principales obras, El sobre negro, sufrió severamente la censura y, en sus propias palabras, fue “amputado insistentemente”…

–En los años ochenta todos los libros estaban censurados, incluso los de cocina. Existía la profesión de censor y cada uno debía demostrar que había censurado cada uno de los libros que habían pasado por sus manos. La censura iba desde prohibir totalmente un libro hasta eliminar algunas palabras o expresiones que no convenían al régimen. Por ejemplo, palabras del campo del erotismo, la religión y, evidentemente, la política. Cuando Umberto Eco vino a Rumanía, en los ochenta, vio que incluso El nombre de la rosa había sido censurado. Faltaban unas cincuenta páginas. Eso demuestra la absurdidad de la censura, porque al fin y al cabo en El nombre de la rosa no había nada peligroso para el régimen comunista, pero existía en la cultura una especie de paranoia.

–¿Le llegó a pasar en algún momento algo parecido?

–En mi caso, cuatro de mis obras fueron censuradas por motivos extraños: el personaje de uno de los libros se llamaba Elena y lo quitaron de todas las páginas en las que aparecía porque coincidía con el nombre de la mujer de Ceaucescu. Este nombre no podía utilizarse. Uno de los cuentos de otro libro se titulaba El arquitecto, palabra que también prohibieron, cambiándola por otro nombre, porque Ceaucescu era conocido irónicamente como el arquitecto, ya que destruía pueblos y ciudades de Rumanía. De hecho, era una especie de antiarquitecto.

–¿Fueron finalmente publicados?

–Primero fueron publicados en la forma censurada y después de manera íntegra tras la caída del Régimen. En castellano, El arquitecto está incluido en el volumen Nostalgia.

–Uno de los objetivos la última edición de Barcelona Poesía fue el de reivindicar la libertad de expresión a través de la poesía. ¿Siente que en estos momentos existe verdadera libertad de expresión en Rumanía?

–Hay libertad de prensa y, en general, libertad de expresión y cívica. El aspecto negativo es que muchos se aprovechan de esa libertad para extender un discurso del odio, difundir calumnias y usar un lenguaje suburbano. Hay una proliferación de personas que se dedican a proclamar el odio, pero a pesar de ello la libertad de expresión es una gran conquista en Rumanía.

–¿Qué leía durante la época comunista?

–Rumanía en aquella época no era Corea del Norte. Había libros para leer y el campo de la cultura fue durante mucho tiempo un campo que creció y se desarrolló. De hecho, en los setenta, Rumanía se percibía como el país más progresista de todos los estados de la órbita comunista. Fue la época en la que, por ejemplo, Ceaucescu rechazó públicamente entrar con los tanques en Polonia; cuando la pareja presidencial, con la reina de Inglaterra, se paseó en coche de caballos por Londres bajo el reinado de Isabel II, cuando un presidente de Estados Unidos visitó el país…

Fue un momento de liberalización de la cultura. Ceaucescu necesitaba el dinero de Occidente y la cultura era utilizada como un reclamo. De esta forma, en los setenta la cultura estaba financiada y se hicieron todo tipo de traducciones. En aquella época leía todo lo que se traducía de la novela mágica sudamericana, francesa, las últimas novedades de crítica y teoría literaria, estudios sobre pintura y música… Todas estas obras existían traducidas al rumano.

–¿Y en la actualidad?

–Ahora hay una inflación total en este ámbito, es difícil moverse dentro de esta producción de literatura contemporánea, por lo que prefiero releer, que es lo que vengo haciendo durante los últimos años. He leído los grandes libros de la humanidad, los de la antigüedad, los del Renacimiento y el Romanticismo para cubrir los vacíos que tenía cuando comencé a leer.

–¿Tiene algún autor español de referencia?

–Me gusta mucho Javier Marías, pero últimamente mis conocimientos van más encaminados hacia la literatura latinoamericana y hacia grandes escritores como Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato, Julio Cortázar o Carlos Fuentes. En definitiva, todos los clásicos del realismo mágico latinoamericano.

–En el prólogo de Res, Sam Abrams proclama que usted ocupa un lugar privilegiado de la literatura internacional contemporánea por ser uno de los poquísimos autores que vanmarcando el camino a seguir para superar el terrible callejón sin salida provocado por la estrepitosa caída de la Postmodernidad”. ¿Qué piensa al respecto?

–Precisamente soy el autor de un estudio sobre el postmodernismo, un trabajo de 600 páginas que, de hecho, fue mi trabajo de doctorado, por lo que muy habitualmente se me ha considerado, y yo mismo también, un escritor postmoderno. El postmodernismo tiene dos caras: una filosófica y otra de práctica literaria. Yo desde siempre he rechazado la filosofía postmodernista pero considero que la práctica postmoderna es interesante y que los escritores pueden tomar muchas cosas del postmodernismo. Me considero un neorromántico, un poeta, al fin y al cabo, y esto de alguna forma me individualiza entre los novelistas.

–¿Se esperaba el éxito que cosechó con Solenoide?

Solenoide [Impedimenta/Edicions del Periscopi, 2017] tiene las premisas de un libro de éxito. De aquí a un éxito real hay un camino muy largo, porque estas premisas también las tenía mi principal obra, la trilogía Cegador [cuyo primer volumen publicarán el 17 de septiembre Impedimenta (en castellano) y Edicions del Periscopi (en catalán), pero para que un libro se convierta en un éxito hacen falta unas circunstancias muy favorables y suerte. En el ámbito español estas circunstancias favorables tienen que ver con mi editor en Madrid, Enrique Redel, que se ha volcado del todo con Solenoide. Su entusiasmo, del todo real porque ama esta obra, ha contagiado a todo el mundo. Y podría decir que Redel ha hecho maravillas con este libro. Me gustaría tener en todas las zonas culturales a editores como él.

–Este año ha ganado el del premio Thomas Mann y el del Formentor, pero ¿qué se siente al saber que el próximo año tendrá el doble de posibilidades de ganar el Nobel?

–[Risas] Creo que aunque tuviera veinte posibilidades no lo ganaría, lo que me preocupa realmente es escribir una buena página antes que ganar cualquier premio.

En Crónica Global, por Esther Ballesteros